He de reconocer que frente a un director como él, la objetividad se me toma licencia, se me toma un 'break', se me va a Café Martínez (planta baja del Village Caballito) y quedamos en la sala mis ojos brillosos y la historia que comienza, y que transcurre, y me atraviesa, y me hace feliz. No creo que tenga nada de grave amar tanto el trabajo de un director. Y sin medidas, aparte.
Afiche oficial de "Los mantes pasajeros", 2.013
La película es una comedia con olor a tragedia, muerte, sexo, suspenso, delirio, excesos, oscuridad, cruce de personajes e historias, situaciones y mucha homosexualidad, cosa que me encanta; no sería lo mismo sin personajes que dicen ser una cosa cuando en verdad son otras, y la sexualidad de las personas siempre deja al descubierto los rincones más oscuros, si es que no le echás luz a tu identidad. Lo que más me gustó de esta, en particular, es que en su gran mayoría transcurre en un mismo lugar y un solo tiempo, el avión en pleno vuelo e intentando solucionar un problema técnico en el tren de aterrizaje. Dos técnicos que, por hablar de sus vidas en pleno trabajo, cometieron un error fatal y no deja que el avión aterrice. Esos dos técnicos son ni más ni menos que Penélope Cruz y Antonio Banderas. Sus papeles rozan la nada, pareciese un favor que los actores le hicieron a su amigo, el director. Podrían haber sido, tranquilamente, dos anónimos. Pero ellos son ellos y tiñen a la película de gala, cual Hollywood. Javier Cámara es un actor demasiado sensible, transmite con su cuerpo cualquier emoción, me traspasa. Cecilia Roth, ya madura, muy bien adaptada a la historia, a su cuerpo, a su imagen y a su realdiad. Lola Dueñas brilla, es una actriz fantástica, de lo mejor que tiene la película. Otro aspecto positivo es su tiempo, dura 90 minutos, lo justo y necesario. La música de Alberto Iglesias cala hondo, es evidente que conectan perfectamente y el músico sabe adaptar su arte a las historias.
Martín G.R.-