martes, 25 de julio de 2023

Pasaje Hungría (historia de una premonición)


Durante todo el tiempo, los días, los meses y los dos años que vivimos en el departamento del Pasaje Hungría me pasó algo especial: sentía una premonición de las que suelo tener, pero de las que no me hago cargo por miedo, por pensar que por sentir este tipo de cosas soy un loco, un irracional. No sé, mambos.

Esta vez fue diferente, y más cuando supe y confirmé que lo que sentía era verdad.

Nos mudamos ahí el primero de mayo de dos mil veintiuno a la mañana, y esa misma noche la sentí detrás mío. Fue tan real que me di vuelta a hablarle a Amilcar, pensando que era él, y cuando no vi a nadie recién recordé que no estaba en casa, que había salido a pasear a Panta, que estaba solo… ¿estaba solo?

La vida comenzó a pasarnos: recorrimos el barrio, sus negocios, sus calles, averiguamos cositas, y en ese trajín conocimos a una pareja vecina: Roberta y Jorge, un matrimonio que vivía exactamente al frente de nuestra nueva casa, tan cerca que nuestras ventanas dialogaban como la proximidad de dos piezas de museo que parecen no hablar, y sin embargo siempre están contándose todo, y viendo todo, aunque en pleno silencio.

Roberta y Jorge vivieron toda la vida en el pasaje. Durante los años que nosotros pasamos en ese hogar fueron excelentes amiga y amigo. Y hasta poco tiempo antes de vivir ahí no nos habíamos reunido para cenar, merendar ni nada. Fue una hermosa amistad de veredas porteñas.

Una de las noches anteriores a irnos Roberta me llamó por teléfono para comentarme algo vecinal y aproveché para contarle que nos había salido la oportunidad de un hogar mejor y que nos mudábamos. Se angustió, es que durante el tiempo que fuimos vecina y vecino la relación fue hermosa y muy cercana. Entonces me dijo que prepararía una cena de despedida y que en la semana nos invitaría. Dicho y hecho, el jueves siguiente nos invitó a comer canelones y nosotros llevamos el vino.

No fui con el plan de contarles sobre mi premonición, pero tampoco esperaba la respuesta que tuve a mi pregunta. No esperaba conocer esta historia. No esperaba nada, pero pasó mucho.

La premonición solo me pasaba en la cocina de mi casa; me paraba ahí de espaldas a la puerta y sentía un aire helado que me recorría de nuca a talones. Sentía chuchos de frío y la presencia de una mujer de la que nunca pude describir su fisonomía, ni quién era, ni nada. Solo sabía que estaba detrás mío. No me pasaba en otro lado que no fuera ahí. También sabía que por algo estaba y que la razón no podía ser buena: presentía que algo malo había pasado.

Ese jueves nos preparamos contentos para ir a cenar con Roberta y Jorge. Ami y yo estábamos emocionados porque vimos la fachada de su casa durante setecientos treinta días y nunca supimos cómo era por dentro, más allá de alguna que otra pispeada cuando la puerta o la ventana que daban a la calle estaban abiertas. Cosa de chusmas.

Entonces llegó el momento; fuimos, tocamos el timbre, nos recibieron re contra bien, con amor, con cariño, con una calidad humana monumental. Roberta había cocinado canelones de pollo y ricota (¡riquísimos!), había picada, vino, risas y el sabor inevitable de la despedida.

En la sobremesa sentí una sensación de frío en la espalda, parecida a la de la cocina de mi casa. Me llamó la atención sentirla ahí, ¿por qué la estaba sintiendo en ese momento? No entendía nada, intenté ignorarla, pero volvió más fuerte, como una voz inevitable que quería hablar por mí y les pregunté:

—¿Pasó algo en mi casa en el pasado? Digo, ¿algo grave?

Roberta cambió completamente el semblante de su rostro. Jorge agachó la cabeza. Mi pregunta incomodó a la mesa, el humor parecía otro.

—¿Por qué lo decís?— me preguntó sorprendida Roberta.
—Es que yo siento una presencia detrás mío cuando estoy en la cocina, como si una mujer estuviese detrás todo el tiempo— le respondí.
—Voy a preparar más café y les cuento— dijo con la voz entrecortada.

Intentamos seguir la noche hablando con Jorge de nuestra nueva casa, de Messi, del mundial, pero el ambiente era tenso. Todo estaba raro. Cuando Roberta volvió con café se la notaba emocionada, triste, tenía la mirada endurecida. Me dijo que nos iba a contar algo que había pasado en el departamento donde nosotros hasta ese momento seguíamos viviendo. Y comenzó:

“Hace 30 años pasó algo horrible. En tu casa vivía Dorina, una mujer húngara que se enamoró de un argentino en Budapest y se vino a vivir a Buenos Aires a principio de los ochentas. Llegó a la Argentina con dos hijos que tuvo en Hungría con otro marido y se casó con este hombre acá. Sus hijos crecieron, estudiaron y se fueron. Ella siempre vivió con él, pero pasaba mucho tiempo sola, la veíamos muy poco. Una noche decidieron separarse y parecía que fue de común acuerdo; llamó a uno de sus hijos para contarle y él le dijo que vaya a dormir a su casa. Ella le dijo que no, que era la última noche que dormiría ahí y que prefería despedirse bien. Esa noche, en una discusión, el marido sacó un arma y la mató en la cocina, en tu cocina. Le disparó tres tiros que se escucharon desde casa y no nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. Hasta que a la media hora este pasaje, que es silencioso y oscuro, estaba alumbrado por luces y sonaban sirenas de la policía y del SAME. Cuando abrimos la puerta la morgue estaba sacando su cuerpo y a él se lo llevaron preso. No pudieron hacer nada, ella estaba muerta y la cocina, tu cocina, era un mar de sangre. Murió ahí, a pesar de que cuando llegaron los médicos todavía tenía algo de pulso. La vida nos cambió, nos costó mucho recuperarnos de los sonidos de las balas, de no ver más a nuestra vecina, de pensar que la habían matado; dijeron en aquel momento que había sido un crimen pasional, lo que hoy decimos femicidio, es que sí, eso fue, un femicidio, y por su memoria hay que decirlo con todas las letras. Esto lo supe porque al tiempo hablé con uno de sus hijos; me contó que cuando fueron a la casa de su mamá después del femicidio, vieron que las puertas de las habitaciones tenían marcas de piñas, mucha ropa aún conservaba restos de sangre y había vajilla rota. Se preguntaban cómo fue posible que su mamá haya vivido en un ambiente tan violento y que no se hayan podido dar cuenta; se culpaban. Disculpen por las lágrimas, es que nunca voy a superar algo semejante y a la vez me llama la atención saber que se te manifiesta, capaz necesita decir algo. Deberías ayudarla, Martín.”

Cuando terminó su relato el silencio era total. Ella estaba llorando, Jorge también, Amilcar estaba en shock y yo pude entender que la energía que sentía cada día en la cocina de mi casa era la de Dorina. Nos despedimos de Roberta y de Jorge con un abrazo sentido, profundo. Algo nos unía para siempre, y era por ella. Algo había sellado nuestra amistad. Algo estaba empezando a liberarse, a pesar de que ya habían pasado más de 30 años de esa noche horrible.

Volvimos a casa. Entré a la cocina con esa información y recé, recé por ella, por su alma. Tocando el piso le pedí que me dijera qué quería que hiciese. Deduje que tenía la inmensa responsabilidad de honrar todas las veces que la sentí y que por fin había podido decodificarlo. Algo me decía que era momento de correrme del centro y dejar de tener miedo por lo desconocido porque la premonición me estaba imponiendo abrazar su historia y lanzarla al universo en forma de cuento, eso sentí; para que tanto dolor, tal vez, encuentre algún remedio. Escribir es mi mejor manera de comunicar y ella me conocía bien, así que le hice una promesa. Después abrí la ventana de la cocina y la invité a volar, a que sea libre, hermosa y libre.

La noche anterior a irnos volví a quedarme solo en la cocina. Amilcar había vuelto a salir con Panta como la primera vez que la percibí y ya no estaba ahí. Lavé los platos con una leve sonrisa porque por fin había podido irse; y al otro día, cuando cerré la puerta para irme, dejé una casa vacía, sin nadie.

Ahora Dorina vive en este cuento, como se lo prometí, para que ni ella ni su historia mueran nunca.


Martín González Robles.-
Julio 2023

Esta foto la tomó Ami desde la calle del Pasaje Hungría
hacia el balcón de nuestra casa un día de otoño de 2022.