miércoles, 28 de septiembre de 2016

Infierno mío


Una puntada en la cabeza.
Eso siento ahora que los vicios se volvieron infierno.
Me queman las sienes.
Arden en el fuego todos mis miedos.
Soy apenas una mano saliendo del lodo.
Me hundo.
Te quiero como puedo.
Hice del amor un altar de realidades.
Yo soy una víctima más de mí mismo.
Porque despertar mañana no quiero.
Firmemos un pacto.
El pacto somos nosotros.
Asumirnos enteros lo inevitable.
Vayamos al mar.
Salgamos.
Dejemos al dolor quieto.
Seré todo.
Solo necesito que me dejes morir en tu boca.








Mar.-

viernes, 12 de agosto de 2016

Ojalá el cielo


Ojalá el cielo sea lo suficientemente grande como para que entres.
Para reemplazar mis brazos y que te gusten.
Ojalá alguien te acerque la nariz para llenarse del perfume de tu pelo y lo disfrute. 

Que la vida es dura no es sorpresa.

Me quedaría a vivir en tu frente.
Haría de este amor un bollito y dormiría acurrucado en tu cama.

Quedamos vivos pero sin rumbo.
¿Quién me asegura el reencuentro?

La mirada es grande como la vereda de enfrente.
Si te cruzás por mis ojos no hay forma de que no te vea.
Quiero verte.

Yo te quiero bien; yo te quiero, mi bien.

Las cosas más hermosas del mundo no tienen precio.
No me dejes dormir, no me dejes mentir.
Verte ir fue sufrir. Te lo prometo.

La sangre no es señal de ningún fin.

El ciclo, los ciclos, el círculo, el infinito.
El que me encuentre, que se encuentre.
Cuando te encuentre, que me encuentre.


Mar.-

miércoles, 3 de febrero de 2016

Julieta (cuento)


  La mañana empezaba para Julieta cuando la luz del sol se volvía imposible de aguantar, cuando esa luz tan potente penetraba hasta las paredes de hormigón de su departamento, y pasaba por todos los huecos hasta que llegaba a sus ojos, y la invitaba a un túnel del que ella huía mañana tras mañana; sabía sus intenciones, conocía sus efectos. 

  Apenas entrada en conciencia, el primer acto era ir corriendo al moisés a asegurarse de que su hija estuviese, y cuando abría el velo y veía a Carmela durmiendo, reía aliviada: tenía unos rulos rojos que al sol parecían rubios y lucía pálida, inocente, irreal. La cuna parecía vacía, pero su ángel descansaba enredada entre sus piernas y sus brazos, como si mantuviese una eterna posición fetal y fuese esa la manera más cómoda de dormir, y de existir.

  Julieta ejercitaba mantener la calma ni bien empezaba su día. Los ruidos que venían desde la calle se escuchaban entrecortados y difusos. Las sirenas ganaban protagonismo en su mente, pero les competía con canciones infantiles −que entonaba a los gritos−, hasta que los acordes se perdían lentos en el aire con forma de vapor de invierno... y todo volvía a ser silencio. 
Como parte de su rutina prendía la radio, se preparaba un café suave con mucho azúcar, iba hasta la ventana de la cocina que se había empañado durante la noche y escribía con el dedo en el vidrio palabras sin sentido, mientras movía la boca sin hablar, sacando como podía sentimientos contenidos llenos de frustraciones; las lágrimas le llegaban a la boca mezcladas con algunos mocos.

  Era diseñadora gráfica y trabajaba en una agencia a veinte cuadras de su casa. Iba caminando y aprovechaba el trayecto para dejar a Carmela en la guardería que le quedaba justo a mitad de camino. Caminar era parte del proceso.
Cuando llegaba al lugar le daban un beso y le pedían que se fuese tranquila, que no volviese. Ella insistía en dejar a la bebé, y con la misma discusión de todas las mañanas, se iba y seguía caminando con el cochecito hacia el trabajo, con una mirada dura... casi sin pestañear, asintiendo y negando a la vez con la cabeza.
Su embarazo había sido reciente, no hacía jornada completa; tampoco se la veía muy completa.

  Nunca estaba en calma mientras diseñaba, vivía pendiente de su celular, de si la llamaban de la guardería para darle noticias de la nena o cosas así. Tenía siempre su teléfono en vibrador y pegado al cuerpo para estar atenta de toda notificación. Al punto de que cualquier movimiento que hacía el aparato, ella saltaba asustada y su corazón le palpitaba fuerte... hasta que veía de qué se trataba. Por lo general, era su psiquiatra que le preguntaba cómo estaba, cómo se sentía, si necesitaba algo y si había tomado las pastillas.
Tomaba la medicación media hora antes de salir de trabajar y esperaba que le hiciera efecto para estar tranquila y así ir a buscar a la nena. Aunque tranquila no estaba nunca.

  Tenía 45 años; hija única de una familia de Buenos Aires de clase media. Era rubia; tenía el pelo corto; los ojos color miel; alta, muy alta; llena de pecas en la cara; los dientes algo torcidos.
Su padre, Ernesto, era contador, un hombre que engañó toda la vida a su esposa con su secretaria, pero no tuvo el valor de jugársela: ni por él, ni por ellas.
Nieves, su mamá, era ama de casa y tenía muchos problemas para caminar, la habían operado varias veces, le pusieron clavos de titanio en la columna para que tuviese un mejor pasar, pero su vida era una angustia tras otra: sabía que su esposo estaba con “esa”. Tenía 5 gatos y los trataba como a sus hijos; no dejaba que nadie la contradijera por esa consideración porque ahí sí que era capaz de arañar.
Había en Ernesto algo de compasión hacia Nieves, quizás eso explique, o justifique, la razón por la que nunca pudo dejarla.
Julieta sufrió la ausencia de su padre, se la pasó conteniendo a la madre y tratando de que sobrelleve la vida con viajes que hacían juntas, y fines de semana de charlas, y salidas, pero no pudo ocuparse verdaderamente de su propia vida, ni tampoco de amar.

  El sentimiento de ser madre cada día le pesaba más. Su reloj biológico la estaba apurando, la posibilidad de serlo a los 45 y sin novio era cada vez menos probable. Es por eso que decidió, con la ayuda económica de su papá, empezar un tratamiento de fecundación asistida y poder así cumplir su deseo. Entendiendo que sus padres eran adultos mayores y ella, sin pareja, no quería pasar el resto de sus años sola. 

  El tratamiento fue efectivo, a los pocos meses de haberlo empezado le dieron la noticia de que el embrión había fecundado y que en ocho meses y medio sería mamá. Si era nene lo llamaría Fidel, si era nena Carmela y le diría Carmelita.

  A los 9 meses de gestación, y a punto de parir, algo salió mal y la bebé murió en su vientre. Fue tanto y enorme el dolor por esa pérdida que entró en una profunda depresión; al punto de confundir la realidad. Nunca asumió la muerte de su hija.

  Luego de un tiempo internada por depresión en un centro psiquiátrico, empezó a mostrar signos de evolución y decidieron externarla para que empezara a llevar una vida normal. Ella quiso volver al estudio de diseño y vivía ¿sola?

  Por esa razón en la guardería no la recibían, porque ni en el cochecito, ni en la cuna, hubo nunca una bebé.


Martín González Robles.-
26 de enero de 2016

sábado, 5 de diciembre de 2015

Ojalá seas deseo


Ojalá que cualquier parte de tu cuerpo pueda responderme con un tacto suave mientras duermo, que me haga sentir que es hermoso sentir que existimos después de existir.
La luna en la mitad de camino me habla de que todavía no pude dolerte, que aún creo que es demasiado el privilegio de seguir sintiendo.
Hemos recorrido demasiadas rutas juntos para hoy saberme solo y sin vos.
Vos que eras el amor, que eras la misma despedida continua a la medida de lo que me gustaba escuchar, que te sentí tan frío e inmóvil el último día que te vi y que también gracias a vos aprendí a escuchar al viento para hacerlo canción en un cassette negro con blanco mientras viajábamos y cantábamos a los gritos. 
Ojalá supieras que gusto de tus manos aferradas a mi cabeza acariciándome con furia y fuerza salvaje. Que extraño tu apretón de mirada, tu amor poderoso.
Amándote no me siento redundante.
Acá tus bichos aún son carne.
Te extraño tanto, papá.

Mar.-

martes, 17 de noviembre de 2015

Cuando


Cuando amanezco, cuando me peino, cuando piso, cuando me duele, cuando canto, cuando veo gente bailar, cuando el cielo, cuando todo, cuando nada, cuando el norte, cuando azul, cuando amanece, cuando muero, cuando beso, cuando subo, cuando descontrolo, cuando la vida, cuando prevengo, cuando la disciplina, cuando presiento, cuando envidio, cuando la naturaleza, cuando nunca, cuando nada bueno, cuando impulso, cuando escribo, cuando actúo, cuando septiembre, cuando el misterio, cuando el azar, cuando obedezco, cuando como, cundo caigo, cuando inseguro, cuando navaja, cuando un cementerio, cuando un amigo, cuando la sal, cuando el silencio, cuando mi madre, cuando los ojos, cuando el amor. ¿Cuándo?

martes, 13 de octubre de 2015

Lo peor


Con el suelo, hacia el suelo, para el suelo.
El amor nos arrastra.
Nos condena.
Nos hace renacer sin morir.
Quiero estar cerca tuyo.
Quiero besarte la cara.
Quiero robarte la respiración.
Quiero robarte la razón.
Ojalá después de esto no seamos nada.
Afuera la gente reclama dolor.
Adentro nosotros pegamos los pechos.
Amor de hombre.
Amor con calor.
Dejemos que suceda lo peor.

Martín G.R.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El sueño de llegar


Pensar en la posibilidad de un sueño hecho realidad da miedo, el miedo a que deje de ser un sueño y la ilusión de un sueño es un lugar de fantasía maravilloso del que claro, nadie se quiere perder.

Pero hay algo natural e inevitable, algo que no podemos esquivar y es hacerlos realidad. La realidad de un sueño implica un cambio en la conciencia y la llegada de una nostalgia vulnerable por haberlo concretado.

Pero cada uno tiene que hacerse cargo de soñar y de dejar de soñar.

Crecer es ir dejando sueños viejos para ir avanzando con los nuevos. 

El ciclo de un sueño duele pero más enamora.

El alma agradecida.

El corazón da su máximo.

El cuerpo banca y soporta.

El sol ilumina y bendice.

La cara es el colchón de las emociones.

Y nosotros apenas unos siervos de nuestros deseos.

Playa de la Concha, San Sebastián, País Vasco, España


Martín González Robles.-
España, agosto de 2015

martes, 14 de julio de 2015

El Subte, la ciudad



Nadie sabe cómo llegaron debajo de la tierra; nadie los vio entrar. Son el misterio urbano más grande que jamás nadie pudo develar.

Sus túneles son capaces de soportar el peso de una ciudad. ¿Alguien sabe cuánto pesa una ciudad? Bueno, porque los túneles del Subte sí lo saben.

Arriba de ellos está la vida de los que en superficie matan por complacerse, y eso pesa, pesa mucho. Los túneles del Subte son las espaldas de una ciudad.

Ahí abajo no hay luz natural pero sí energía, mucha energía, demsasiada.

Los Subtes, con esos ojos grandes iluminados, ven lo que se ve y también lo que no. ¿Hay más cosas que se ven de las que no se ven? Claramente es al revés.

Lo que sí se ve: gente, niños, locos, cuerdos, embarazadas, pobres, ricos, gordos y flacos.

Lo que no se ve: muertos que protegen a sus vivos como guardianes, llantos sin sonido, voces calladas, la historia que murió o al menos eso parece, olvido y misterio.

Está lleno de señales que nos marcan cómo llegar. Llegar a un lugar es el objetivo universal más perseguido y el Subte, con lo que es y con lo que no, es un aliado para alcanzarlo.

González Robles.-
14 de julio de 2015

lunes, 4 de mayo de 2015

¿Quién seré?


Texto que escribí especialmente para el cumpleaños de Tamara Duca, compañera, colega y amiga.


Hay momentos en los que la existencia me parece enormemente insoportable. No sé cómo hacen algunos para no hacerse problema al menos una vez por día sobre qué carajo nos pasa y qué mierda nos pasará.


A mí me pasa en el baño, cuando siento placeres físicos que parecen eternos y de eterno solo tengo el cielo, de hecho, el inodoro es más eterno que yo.
Más eterno, menos eterno. Seguro que lo eterno para vos no es lo mismo que para mí porque ni vos ni yo somos eternos, a no ser lo que sentimos… y hacemos.


Puedo jugar con la medición del para siempre si total, ¡soy tan racional! que por una vez por día que sea estúpido nadie va a morir, el mundo no va a encender el fósforo de su núcleo para enardecer por todas sus capas hasta llegar a la superficie, el lugar donde estamos y creemos que somos felices, para que al achicharrarnos apenas tengamos un momento de pensar que a la existencia no estaba mal pensarla como insoportable.


¿Podré usar la razón al ser partícula de partícula? ¿Seré partícula? ¿Seré aire fresco y liviano? ¿Acaso seré humo luchando por no disiparme? ¿Seré yo o seré vos?


Lo realmente irreal es ahora, es lo que veo y toco. Lo que pasa puertas adentro y ventanas afuera, lo que consumo y digiero, como el amor que muta hasta parecerse a un monstruo rojo con pelos en la boca y olor a olvido.


Festejemos que somos dueños, dueños de la conciencia y vamos a cualquier juicio cuando quieren desterrarnos.
Festejemos que podemos brindar con vasos llenos de ilusión y sentarnos a escribir historias que sí tienen el coraje de ser eternas.
Festejemos esos tactos carnales que nos encierran en un túnel sin razón para llegar al infinito y volver sin culpas.
Festejemos que nos cruzamos porque seguro no sucederá jamás, como no sucederá tampoco que llore en tus hombros lágrimas de fuego que no queman.
Festejar es festejar, no hay nada que nos haga sentir mejor.

Si no sé qué seré, ojalá sea el silbido del viento que pase por tus oídos y te cuenten de mí.

PH: Tamara Duca


González Robles.-
30/04/2015

miércoles, 11 de marzo de 2015

Llamame


Llamame apenas sepas algo de lo que espero, como espero tu llamado, como te espero a vos, a lo que tenés para decirme, a todo lo que te implica y nos rodea.


Llamame, no me dejes solo en medio de tantos. Voy a estar esperando que el teléfono suene como si esperara un atardecer después de quedar en vernos a las 6 en un muelle a la vera de algún mar al que seguro llegaría a las 3.


Te quiero, no te olvides.


Me cansé de creer en la telepatía. Quiero que me llames, que me des una señal. Ya no quiero saber de vos por esas sombras que se cruzan desde el baño a la habitación acompañadas de una brisa fría en pleno verano.


Llamame, te espero, te espero siempre. Llamame y cortame, no me hables si no querés, pero llamame y celebremos juntos el amor que nos tenemos desde antes de la eternidad y mucho más aún después.


Si yo supiera a dónde llamarte... pero de vos ya no sé más nada desde que te di el último beso.


Llamame, por favor te lo ruego.


González Robles.-
24 de febrero de 2015